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Texto escogido de PARTE II: AFRICA, Capítulo 32. El funeral del alano que no quiso ser rey:

(Párrafo que muestra el protocolo de la corte de Genserico durante el funeral de Akal, mentor del rey vándalo)

 

Después de esperar algunos minutos en las afueras del palacio, es convocado para hacer su entrada Gausmín, el suevo que fuera espía de Akal, ahora uno de los hombres más poderosos y quizás el más rico del reino. Tiene una flota pirata, maneja el contrabando y ha recibido de Genserico cuantiosas donaciones y numerosos inmuebles expropiados a los terratenientes romanos y a la iglesia católica. Sus relaciones con la mafia cartaginense lo hacen, a más de poderoso, casi tan temido como el rey.

Cuando pasa por la puerta de acceso al palacio, le parece escuchar un murmullo salido de boca de uno de los muchos aprensivos que tratan de asomarse hacia el interior.

—Fijaos bien. Las botas del rey dejan huellas de sangre en el piso.

Después de atravesar calmadamente el patio principal, donde no ha conseguido ver a nadie, ya dentro del gran salón, Gausmín concluye que ahí se respira una paz infinita.

Al fondo avista el enorme féretro y junto a él, a mano derecha, de pie y negro riguroso, el rey. A su lado, el joven Trasibaldo, primogénito de Akal, ahora a cargo de Hipona. A su otro costado, Zanistán, hijo del asesinado Astartén, el más imbécil de los que han intentado acabar con Genserico.

El rey siempre ha sabido dar paso a la juventud. Ha premiado y distinguido a los grandes guerreros de las primeras campañas, como él y tantos otros, pero los cargos más próximos a él, los de más confianza, quedan en manos de jóvenes. Y no solo de vándalos. También los hay alanos, bereberes, romanos, suevos, godos, galos, hunos.

Mientras avanza lentamente por la alfombra, la paz y solemnidad, los sollozos de las mujeres a cada lado del pasillo central, el impresionante negro que cubre incluso el elevadísimo cielo del gran salón, todo invita al recogimiento.

Qué homenaje. No en vano Akal ha sido un padre y un hermano para el rey. Le salvó la vida, cuando era niño, durante el cruce del Rin. Lo inició en las artes que hacen de él un guerrero invencible. Le entregó el reino alano. Aseguró su elección como rey cuando la sangre de Gunderico aun estaba fresca en sus manos. Y por si todo eso no fuera suficiente, siguió sus dictados, como si vinieran de un Dios, incluso desde que Genserico era todavía un muchacho.

Gausmín asciende los últimos peldaños con la mirada fija en la del rey, como tratando de leer sus pensamientos. Se abrazan largamente. Luego gira a su derecha y abraza a Trasibaldo.

Después se acerca al féretro y mira el cuerpo de Akal. Ni un rasguño en su cara, luego de mil batallas y de la sorda lucha que terminó con su vida.

Cuando se vuelve nuevamente hacia el rey no puede evitar dar una ojeada a sus botas negras relucientes.

Un leve temblor recorre su espalda. Le parece que en efecto las suelas de sus botas tienen un delgado borde rojo, del vivo inconfundible de la sangre. Luego desestima la apreciación, controlando una sonrisa.

Camina hasta ubicarse el costado libre de Trasibaldo y espera la entrada de su esposa e hijos y el jefe de su guardia personal, según el extraño protocolo probablemente impuesto por la corte inexperta y servil que rodea al rey.

Cuando los suyos se han retirado, Gausmín se despide de Trasibaldo y luego del rey.

Es entonces cuando Genserico le dice:

—Acompáñame un momento más, fiel Gausmín.

Y, cediéndole el paso, le indica con un leve ademán una puerta cercana.

Gausmín se detiene ante la puerta cerrada, el rey se adelanta, la abre, le cede el paso y camina tras él por un breve pasillo hasta a una segunda puerta que está entreabierta.

—Adelante, fiel Gausmín —dice por segunda vez el rey, cordialmente, ignorando el amplio charco de sangre que asoma bajo la puerta.

 

 

 

     



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