Texto escogido de
PARTE I: EUROPA, Capítulo
6.- GENSERICO EN LUSITANIA (año 414)
Ese atardecer, con dos de sus guardias y seguido por Clara, su sombra lejana, Akal se acerca hasta el cerro en cuya ladera Genserico ha preparado el terreno para pasar la noche bajo el cielo.
El vándalo, un robusto mozalbete de regular estatura, está de pie fabricando un arco compuesto que construye a la usanza de los mongoles. Algo más allá, ordenadas a la perfección, una docena de flechas en distinto grado de elaboración.
—Tengo artesanos que fabrican arcos y flechas como las quieras… —dice Akal a modo de saludo—. Los lusitanos son diestros en los trabajos manuales…
—Puede que fabriquen arcos —dice Genserico—. Pero… ¿Usan tendones de antílope? ¿Cómo tratan el pegamento de pescado? Hacer un arco que alcance seiscientos pasos tarda un año. Y debe servir un siglo. Un guerrero no pone la vida en manos de un artesano.
—¿Y para qué los cuernos? —pregunta Akal.
—Son de Orix de Arabia. No los hay mejores —dice Genserico.
—Dicen que poner cuernos en el arco no sirve de nada. Es simple superstición —asevera Akal.
— No sirven los cuernos que decoran su exterior… Pero dentro de un arco compuesto, a todo lo largo va una capa hecha de masa de cuernos. Y el arco será mejor mientras mejor sean los cuernos y cuanto más cuidado se tenga en cada detalle de su fabricación —dice el joven vándalo.
—¿Qué? ¿Por fin has aprendido a leer?
—De nada sirve — dice Genserico.
—No lo creas. Un guerrero estudia la vida y las batallas de los grandes estrategas. Aprende de sus aciertos y errores. No basta que tus flechas lleguen más lejos. O que tú, tu espada y tu caballo sean más rápidos. El asunto es más complejo.
Genserico calla.
—¿Y si dejas eso de lado y nos acompañas hasta la orilla del mar? —invita Akal.
Sin decir palabra, Genserico recoge los valiosos cuernos de Orix, algunas varas para fabricar flechas, toma el águila, monta y cabalga hasta ponerse junto a Akal que va camino de la playa.
Pasean una hora junto al mar.
Genserico le dice una vez más que quiere marcharse. Regresar con los vándalos.
—¿Te llevas a Habbra? —pregunta Akal.
—Voy solo —contesta cabizbajo el muchacho.
Se sientan a descansar.
Genserico desenvuelve la lona y la dispone como alfombra para sus varas, sobre la arena. Comienza a tallar.
—Si apareces por allá, no será Genserico el que viene —dice Akal—. Será el hermano de un rey que no permitirá que disputes el trono a sus hijos. Un rey que te considera ilegítimo. Que sabe que no lo respetas. Tienes dieciséis años. Puede ser que te consideres un buen guerrero, pero todavía no eres amenaza para nadie…
Genserico se levanta como picado por una culebra y lo desafía a luchar.
Tan pronto Akal se pone de pie, el joven se abalanza sobre él.
El enorme alano lo coge del cuello e, introduciéndole el brazo entre las piernas lo levanta y arroja a alguna distancia. Apenas ha tocado la arena, el joven está de vuelta sobre él.
Akal lo tumba una y otra vez. Finalmente lo aprisiona boca abajo, el brazo retorcido en la espalda, y lo invita a conversar.
Al cabo de un rato Genserico retoma el meticuloso tallado de las flechas.
Clara se sienta frente a él y toma una vara. El vándalo saca del cinto una segunda daga, se la alcanza y le enseña cómo hacer.
—Esperaré un año más —dice el muchacho. La próxima primavera me iré, aunque todavía no pueda vencerte. Quiero mi propio ejército. Defender a los vándalos.
—¿Y cómo harás? Gunderico es tu hermano y tu rey. Ya viste que quiere matarte. ¿Cómo pretendes hacer?
—Formaré mi ejército. Más tarde me instalaré entre los vándalos como un guerrero más. El rey no osará enfrentarme. Por lo demás, mis enemigos son los romanos y no él, que poco o nada cuenta. Cuando me haga cargo del ejército vándalo los romanos aprenderán a respetar.
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