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"Eros y El Talismán".

Capítulo 14.- LA RESURRECCIÓN


También se sabe de hombres que después de muchos años de impotencia vuelven al ruedo como si nada hubiera ocurrido, como ocurrió en el caso más asombroso de resurrección del que tenga noticia.

Atanasio, sujeto polifacético apodado el Loco, iba por la vida describiendo curvas de subida y bajada cada vez más acentuadas.

Subía veloz empujado por el huracán de sus sueños hasta que aspectos como el amor o el apego al terruño lo sepultaban en una hondonada hasta que reunía las fuerzas o ilusiones necesarias para intentar un nuevo desatino. Finalmente sus temores y los avatares políticos terminaron por dejarlo clavado como en un insectario.

Su carrera de poeta, cineasta, profesor universitario, amante de connotadas esposas y deliciosas solteras terminó en las afueras de la enorme ciudad capital, allegado a otras veinte personas en la choza de una familia que se apiadó de él.

Pasaba los años en la más absoluta miseria, deambulando por los cerros vecinos, recogiendo leña que llevaba como aporte a la economía del humilde grupo del que ahora formaba parte.

Cuando el destino lo barrió una vez más, emigró al trópico, donde, como es inevitable, comenzó a llevar una vida social más agitada.

Asistía a fiestas y carnavales y aunque nunca fue buen bailarín ni gran conversador cayó algunas veces en manos diestras y nalgas generosas que le permitieron constatar que su genio se había ido para no volver. Que, al decir de Federico García Lorca, estaba “muerto como todos los muertos de la tierra”. Explicaba con resignada sonrisa, que se le había muerto un día, en medio de la soledad y la miseria. Que llevaba años, muchos años sin tener reacción alguna en la bragueta.


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