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Dindím, un pingüino en Río de Janeiro.
Darío Varela
. 08.03.2016

 

Cada año, Dindím nada ocho mil kilómetros desde los helados mares del Sur a las tibias aguas de Rio de Janeiro, para visitar a Joao Pereira, el hombre que le salvó la vida.

Viaja desde el silencio y el blanco y azul de las aguas y hielos del sur, hasta los mil ruidos, colores y sonidos del exuberante Río de Janeiro.  

Dindím pasa meses en Río, alimentado por Joao, y no acepta comida ni caricias de otros.

Los pingüinos pueden nadar entre 5 y 10 km por hora, de modo que el viaje le toma algo mas de un mes de ida hasta el calor y los brazos amados, y otro tanto de regreso a las heladas aguas de su infancia.

Se puede alegar que los pingüinos no son inteligentes y, entonces, que Dindím no piensa ni imagina asunto alguno durante su larga travesía.

Pero es indudable que algo muy fuerte lo anima a abandonar las aguas que le son familiares  y nadar durante días interminables hasta las caricias de Joao.

Es claro que lo mueve un sentimiento.

Siente anticipadamente el valor y la ternura de estar junto a alguien que para él es único.

Dindím no comprende que Joao es de otra especie, de otra raza, de otro color.

Dindím, consciente de estar vivo gracias a la solidaridad que recibiera de él, siente que Joao es de su misma especie, raza y color.

Para Dindim, Joao es un pingüino como cualquier otro.  Además lo sabe un pingüino único por el que vale la pena nadar incansablemente.

Los meses que Dindim pasa nadando hasta los brazos de Joao son justamente amor: inspiración, fuerza para llegar hasta el otro sin más afán que estar junto a él.

El hombre que ama, el hombre que ha percibido en otro ser virtudes únicas y destacadas, lucha para estar junto al ser amado, se abstiene de pensar en  razones, es ciego a  la especie, la raza y el color. Siente el vínculo inasible, poderoso, incierto. Sabe que lo embarga una fuerza porque percibe que ésta lo lleva hasta el ser amado y le impide medir distancias, diferencias, posibilidades.

Mientras nada solitario, Dindím tampoco comprende la inmensa lección que da.

Solo sabe que allá, muy lejos, están el hogar y la patria, sin Joao, y que en el otro allá, igualmente distante y acariciado, está Joao y faltan el hogar y lo que es suyo.   

 

Antonio García V. (a) Darío Varela