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PLEBISCITO: LA ESTACA EN EL CORAZÓN DE LA INEQUIDAD
Antonio García V. 18.08.2017

El 98% de los participantes en los cabildos para una Nueva Constitución, pidió Plebiscito.

Y como es mucho mas sencillo y eficaz instaurar el Plebiscito que convenir una Nueva Constitución, el objetivo ciudadano debe ser “Plebiscito Ya”.

Formular un programa que demora varios años para llegar a una Nueva Constitución huele a Gatopardismo. Por eso gusta a los poderosos y esboza  sonrisas en sus bien mandados representantes.

Plebiscito, en cambio, vibra con el resplandor de la lanza capaz de horadar mil veces la Corteza Política que posterga los deseos y necesidades de la sociedad  y que acalla los gritos del desesperado.

Si hubiera Plebiscito, el millón de chilenos que marcha una y otra vez bajo el lema NoMasAFP habría aprovechado la ocasión para reunir 100.000 firmas llamando a Plebiscito para poner fin al sistema de AFP y hoy la ciudadanía ya habría hablado: “Se pone fin inmediato al sistema de AFP para establecer un sistema solidario de pensiones, tripartito, común a todos los pensionados, el que tendrá que estar en efecto a los tres meses de realizado el presente Plebiscito”.

Entonces el gobierno no estaría emitiendo cada semana su grabación de que está muy preocupado por el “asunto” de las pensiones: estaría abocado a resolverlo en el plazo de 3 meses que le concedió la máxima autoridad que existe en una democracia: la nación, los ciudadanos.

Si hubiera plebiscito, no habría Isapres que violan la ley a diario al ser dueñas de clínicas y compañías de seguros que les permiten cobrar por tu salud lo que ellas quieren que pagues.

El Plebiscito viene acompañado del Referéndum, entendido éste como el derecho ciudadano a anular las leyes que considera que lo perjudican, le imponen exacciones, lo despojan de sus bienes o derechos o constituyen privilegios comprados por los poderosos mediante pago, no a la nación, si no al Abogado del Dólar y a los genuflexos representantes.

Mediante el Referendum la Ley de Pesca habría sido anulada y los derechos sobre los pescados de Chile seguirían estando en manos de todos los chilenos y no de 30 corsarios que compran a parlamentarios que piden que el nuevo edificio del congreso tenga vitrinas donde puedan mostrarse, ellos, firmando leyes al portador y su Lista de Precios por cada incomprendida gestión, como hacen las prostitutas  del Distrito de la Luz Roja en Amsterdam.

El plebiscito puede llegar al extremo de establecer que en un plazo de 3 años se debe construir un tren rápido Santiago - Puerto Montt y que los días que no hay sesión (10 meses al año) los parlamentarios (ellos, y no sus asesores que los despiertan y les levantan la mano cuando hay que votar lo ya cobrado) se dedicarán a poner durmientes y clavar rieles.

Nada produce mas terror a los billonarios, a los que saquean a diario el país, que la palabra “plebiscito”.

La Corteza Política que se interpone entre los deseos de la nación y los de la oligarquía y que silencia el grito del oprimido, a nada le teme más que al Plebiscito, pues éste la privaría de su condición de intermediario indispensable, lo que permite a politicos y parlamentarios vivir del estado y obtener privilegios.

Plebiscito es la justicia civil para los administradores de la Ley Reservada del Cobre, que tienen el dinero y los galones para ordenar las sentencias que emiten  sus jueces subalternos.

Plebiscito es el pueblo mapuche para los depredadores del bosque nativo y para los que reciben subsidio por destruir las tierras de Chile y se coluden y entregan a la justicia a sus propios ejecutivos a quienes previamente han engañado, han estafado y han traicionado para que les sirvan de chivo expiatorio.

Plebiscito es la estaca en el corazón de los saqueadores y de sus siervos enquistados en los poderes del estado y muy especialmente  en el poder regulador: los superintendentes que están ahí para cobrar por autorizar delitos que de otro modo se podrían cometer gratuitamente. Los superintendentes son los notarios de la responsabilidad social empresarial: cobran para emitir un certificado de pureza o de blancura ahí donde la inmundicia es tan evidente que necesita de un certificado que la niegue.

Plebiscito es un Tribunal Constitucional integrado no por 10 ancianos, cada uno con 30 años obedeciendo instrucciones, si no por 15 millones de ciudadanos que sí saben qué necesitan, dónde les aprieta el zapato, qué es no tener acceso a la justicia, a la banca, al aire limpio, a salud y educación, a vivienda, a alimentación sana, a precios que no suban cuando el saqueador sabe queel oprimido necesita comprar.  

Para los que hoy ejercen el poder en nombre de un pueblo que no representan, el aspecto mas aterrador del Plebiscito es que pone término inmediato a los abusos, despoja instantáneamente  del poder a los que se han apropiado de él escribiendo capas y mas capas de leyes cuyo único propósito es el saqueo y conservar la “pax marrana”: el orden, la paz, la limpieza, la tranquilidad necesaria para saquear sin que se produzcan desmanes. Porque el roto es tan poco refinado que destruye vitrinas para saquear un kilo de arroz  o moviliza 10 camiones para robar un millón de dólares de un banco cuyo dueño roba cientos de millones con su sola firma.

Pero hay otro aspecto mas aterrador todavía: el roto, el mapuche, la nana, el encapuchado, el inexistente chofer de Transantiago (porque en el mundo se jactan de estar desarrollando vehículos sin chofer mientras en Chile existen miles de buses manejados por seres que simplemente no existen, que están ahí solo para ser escupidos, para inspirar el insulto, el puñete y la cuchillada), los malditos ambientalistas y finalmente los “yuneimit”: esa manga de desocupados que conforman la sociedad civil, todos ellos en fin y los cuidadores de vehículos, de animales, de enfermos, de plantas contaminantes, todos ellos y lo que es mas grave cada uno de ellos tendrá tanto poder de decisión como un billonario parásito, como un depredador de tierras o mares, como un pederasta de sotana enquistado en el palacio de los mecenas de hoy, que ya no quieren arte si no adulación pura y desnuda, como alguien que  ha robado hasta el aburrimiento, como aquel que está endeudado con la banca mas allá de toda cifra, como un lobista que tiene tanto poder de extorsión que puede tallar a mano cada rasgo de esta democracia, escribir cada letra subversiva que convierte esa ley de apariencia justa en instrumento de codicia, egoísmo y discriminación.

Y no es que al 1% del 1% le parezca de locos que el 90 %, que no tiene nada,  tenga exactamente 9.000 veces mas poder que él, que se lo ha robado todo y lo ha puesto legal y está protegido no solo por el derecho a propiedad privada si no también por la certeza jurídica que inventó aquél sujeto rojo billete que pretendió arrancarse con todo primero con la Concertación (nombre que obviamente despierta suspicacias pues es como llamarse la colusión o la mafia) y luego con alguien que tenía cinco doctorados en eso de arrancarse con todo y de alegar que ese todo que ahora es suyo en realidad nunca existió y por consiguiente siempre fue de nadie de modo que ahora que es de él no vengan a decir que existía y menos que era de alguien y menos aun que era de todos, que eso ya apesta a comunismo.

Lo del 1% del 1% es comprensible. Tanto ha sido su desvelo por afanar que ideas como compartir, igualdad, reconocer derechos a los que no tienen ni estados financieros les parece atroz, descabellada, fuera de lugar, impropia de gente decente.

Pero además existe un 10% (9,999 % para los meticulosos) que rompe lanzas porque no es posible que  cualquier roto (y sus congéneres ya enumerados no exhaustivamente) tenga el mismo poder de decisión que tiene él (el yo del 10% viene así, con negritas) porque él estudió o fue emprendedor exitoso o vivió de la fortuna de sus padres o de su esposa o ha sabido endeudarse y navegar entre banqueros con su patrimonio haciendo agua por todas partes sin que nadie se percate, o porque él, si bien no es del 1% del 1%, es del 1% a secas: tiene intereses en varias empresas, cada una con 10 multirut, compra y vende acciones cada vez que  sus compañeros de colegio ahora directores de empresas le avisa que huele a quiebra o a gran negocio, es capaz de engañar a bancos y compañías de seguros y de cerrar acuerdos con cualquier superintendente y ejecutivo de impuestos internos y del ministerio del trabajo y tiene una deuda previsional que ya se la quisiera La Polar.

Eso le subleva al 10%, le indigna, no puede entenderlo: plebiscito significa que cualquier grupo de 100.000 ciudadanos puede proponer lo que le parezca y desencadenar un proceso indetenible que termina el día del plebiscito, cuando todos (90% rotos, 10% nosotros y 7 billonarios parásitos) nos convertimos en iguales y decidimos sobre un tema acerca del cual ese 90% no entiende ni puede ni podría entender absolutamente nada porque  qué puede saber de países, de leyes, de políticas un sujeto cuyo proyecto mas complejo ha sido evadir en el Transantiago o liquidar los bienes producto del robo hormiga que hace en el restorán donde trabaja.

Esa es justamente la belleza del plebiscito: ese roto anónimo que paga IVA y Transantiago como si fuera persona, que cuando la Teletón aporta una y otra vez porque sin él los niños especiales no tendrían cómo vivir, ese que paga cada tarifa que le inventan, ese oprimido sobre cuyos hombros descansa el país de los saqueadores, ese verdadero y autentico “nadie” tiene derecho a decidir sobre los destinos y la marcha del país que él mantiene, del país que vive de su pobreza, del país que camina sobre sus espaldas, del país que cada vez que sufre una desgracia toca a su puerta para pedir solidaridad.

Antonio García V. (a) Darío Varela