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DEMOCRACIA REGULADORA.
Antonio García V. 01.08.2013

 

Desde siempre los fuertes han sido pocos y los débiles la inmensa mayoría.

Muchas son las razones para ello.

La democracia y, entonces, el estado democrático tienen por objeto asegurar que todos tengan las mismas posibilidades y que los derechos de cada uno sean respetados por igual.

El pobre de cuna, el niño, el minusválido, la mujer que tiene que velar por sí y por sus hijos que a veces vienen temprano, que recibe una fracción del sueldo que se paga al hombre, que es violada y aún encarcelada como consecuencia de ello mientras su violador permanece en libertad, los hombres que por mil circunstancias no tienen las oportunidades que merecen, todos ellos tienen grandes posibilidades de formar parte de esa gran mayoría de los débiles, de los oprimidos, y lo serán para siempre, ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos, de no mediar políticas diseñadas para evitarlo y un estado eficaz responsable de impedirlo.

Cuando los hombres eran seres de palo y cuchillo, el papel principal de las leyes y del estado democrático era impedir que los pocos fuertes, se apropiaran de la vida y los bienes de los muchos débiles y les impusieran su designios.

Las leyes tuvieron alcance policial: precisar y penalizar el mal evidente. Y al estado le bastó con poner orden ahí donde el mal y los abusos eran manifiestos. Ambos cumplían un papel policial. Su símbolo era un sujeto de uniforme identificable con el estado, dotado de palo y pistola, expresión visible de su responsabilidad de imponer el orden y la justicia con los medios progresivos a su alcance: la presencia, la palabra, el palo y los tiros.

Hoy los poderosos se preocupan de andar desarmados y parecer angelicales y tienen modales y costumbres tan cuidados que parecen admirables. Y a pesar de su palabras compromisos y gestos, el papel de las leyes y del estado democráticos es exactamente el mismo: impedir que los escasos fuertes se apropien de la vida y los bienes de los muchos débiles e impongan sin compasión sus designios.

Los fuertes de hoy ya no asaltan bancos con pistola y una bolsa para llevarse el dinero, o con grupos armados y algunos camiones para cargar con todo lo que tiene las bóvedas.

Los fuertes de hoy tiene empleados de confianza que ejecutan procesos y manejan instrumentos financieros que les permiten robar mil bancos sin moverse de su escritorio y apoderarse en segundos de riquezas que suman mil veces lo que el país mas grande puede producir en un año.

El policía del palo y la pistola, el juez de los delitos simples, las leyes de lo que si y lo que no, las instituciones de la época policial, son para ellos pequeños obstáculos capaces de producir ligeras perturbaciones que no los sacan de rumbo ni reducen su marcha.

En los días de Montesquieu, se consideraba que los poderes administrativos del estado eran tres: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

En esa época ni siquiera se imaginaban la necesidad de un Poder Regulador.

Después vinieron la revolución industrial y el desarrollo exponencial de los mercados; los grandes criminales industriales que no vacilaron en crear hambre y desempleo para consolidar sus monopolios; la gran depresión, donde el mercado financiero es por primera vez el gran protagonista; el monopolio de Bill Gates que durante años impidió el desarrollo del software y causó la quiebra de decenas de empresas a las que Microsoft destruyó mediante practicas criminales; el desarrollo de los instrumentos financieros derivados y con ellos la debacle económica que hoy se vive; y, mas recientemente, el espionaje masivo de los gobiernos a las comunicaciones de individuos y organizaciones, todos hechos surgidos a raíz de la falta de una efectiva regulación.

Existen bancos “To Big To Fail”, Demasiado Grandes Para Quebrar, que crecieron desmesuradamente y todavía hoy no se legisla para reducir su tamaño y desarmar la extorsión que han impuesto a la sociedad entera y que les permite exigir todos los recursos que sean necesarios para mantenerse en operación sin considerar su viabilidad económica y los cien delitos en que incurren a diario.

También existen corporaciones y personas “Too Big To Jail”, Demasiado Grandes Para La Cárcel, que compran acuerdos con cualquier gobierno, lo que les permite continuar delinquiendo e imponiendo exacciones. En esta área destacan empresas como Microsoft y Medtronics y bancos como JPMorgan, Citicorp y Barclays (Ver, en Anexos, el ensayo ya mencionado “Democracia Judicial. Acuerdos Extrajudiciales”)

Los entes reguladores son esenciales para la democracia porque las personas no están en capacidad de descubrir las mil trampas que las empresas desarrollan para despojarlas de su dinero.

Las empresas del retail o venta al detalle ofrecen financiamiento de fácil acceso a tasas de interés que encarecen en forma desmedida los productos comprados a crédito.

Las empresas han llegado al extremo de sustituir edulcorantes por disolventes tóxicos para endulzar los remedios infantiles y de pagar a los médicos para instalar dentro del pecho de sus pacientes desfibirladores innecesarios, causando innumerables muertes.

Las corporaciones multinacionales han contratado en China, Bangladesh y otros países empresas que hagan el trabajo sucio y produzcan para ellos con mano de obra esclava. Y los edificios en que esos esclavos pasan la vida encerrados día y noche a cambio de un mendrugo se han caído y han explotado espontáneamente a consecuencia de la osadía y la codicia de sus propietarios.

En el derrumbe de uno solo de esos edificios, en el año 2013, murieron casi tantas personas como en la caída de torres gemelas. Solo que a las mujeres de Bangladesh les pagaban un euro por cada 200 prendas que manufacturaban.

Se podrían llenar mil páginas enumerando las trampas que las empresas desarrollan para enriquecerse desmedidamente sin tener consideración alguna con los intereses, la salud y la vida de sus empleados y de sus clientes.

El único modo que tiene la democracia para defender a las personas de estas irregularidades que van desde el simple abuso hasta los crímenes aterradores es mantener para cada sector de la economía un Ente Regulador que investigue y evalúe las practicas comerciales, que proponga medidas para mantener dichas prácticas dentro de rangos aceptables y que aplique penalidades que permitan castigar, disuadir e indemnizar.

Bancos y empresas combaten incansables contra el Poder Regulador, que para ellos es un enemigo tan grande como el salario mínimo, y corrompen a legisladores y directivos para evitar leyes que regulen sus accionar y para impedir el ejercicio del Poder Regulador.

Al igual que con el salario, el empresario combate e intenta debilitar y desarmar al Poder Regulador sin considerar cuan justo o cuan frágil éste pueda ser.

Toda Regulación, como todo Salario, les parece excesiva y afirman con respecto a ellos que si no se los disminuye conducirán a la desaparición de las empresas.

Los empresarios desarrollan también un tenaz esfuerzo político para que las democracias acepten sustituir la Regulación por la Responsabilidad Social Empresarial.

Afirman que no se necesitan leyes ni restricciones.

Dicen que basta con campañas para lograr de parte de los propios empresarios una mayor Responsabilidad Social que los hará abstenerse de cometer los desmanes y delitos que hacen el pan y el vino de la comida que sirven a diario a sus clientes.

El empresario necesita de la Regulación como el caballo de carrera necesita del aparato de partida, de jueces de pista, de jinete, fusta y gríngolas o anteojeras.

No se trata de no permitirles o de impedirles competir con todas sus fuerzas, energía y destreza.

Es que aun así, con televisión, jueces e instrumentos, casi todas las carreras están arregladas y no triunfa el mejor caballo ni la mejor combinación caballo jinete si no el más oscuro y sutil designio de las mafias que controlan la hípica y en especial el juego.

Sin entes reguladores fuertes no existe democracia porque la democracia está obligada a brindar igualdad de oportunidades, a dar protección a los desapercibidos, a impedir que los zorros se coman las aves de corral y que las fieras depredadoras se coman a los zorros, destruyan hogares e instalaciones, levanten la tierra para arrancar lo que consigan de valor en sus entrañas y dejen como testimonio de sus paso desolación, naturaleza arrasada y contaminación que afectará durante años la vida de vegetales, animales y personas.

Y como la responsabilidad del Poder Regulador es tan grande y como la ausencia de un Poder Regulador efectivo causa daños tan profundos, los contralores y directores de los Entes Reguladores deben responder penalmente, con multas y cárcel, por el incumplimiento de sus obligaciones.

RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIAL

La Responsabilidad Social Empresarial, es el acuerdo entre gobierno y empresarios para que éstos respeten la ley y los derechos de la sociedad.

Parece delicado que la autoridad entre en este tipo de acuerdos.

La obligación del gobierno es mantener entes reguladores fuertes que aseguren que las empresas cumplen con la letra y el espíritu de la ley y dichos entes deben ejercer el control y penalizar en forma ejemplarizante.

Martin Luther King afirmó: “Las leyes no hacen corazones. Pero las leyes hacen costumbres y las costumbres hacen corazones”.

Si los entes reguladores crean en los empresarios la costumbre de respetar la ley, pronto éstos amarán el contenido de la ley e incluso su espíritu, y no les dolerá respetarla.

La Responsabilidad Social Empresarial es, por el contrario, el intento de conseguir, mediante el trabajo conjunto de empresarios y políticos, que aquéllos lleguen a amar algunos aspectos de la ley y en razón de ello, que respeten al menos esos aspectos.

Pretende, entonces, subvertir el orden legal que establece que todos, débiles y poderosos deben respetar enteramente la ley.

¿Es necesario realmente que los poderosos respeten la ley tanto como se exige a los oprimidos respetarla? ¿Tan exageradamente?

La respuesta es: sí, y mucho más, porque los oprimidos no tienen la capacidad de producir grandes daños que puede derivarse de la actuación de los poderosos.

 

 

Antonio García V. (a) Darío Varela